Esta es la historia del lateral del Real Madrid, que casi falta a la prueba como futbolista por falta de dinero y que ganó un premio en una máquina de lotería. Tierno y genial.
Pedro Vieira da Silva Filho miró a su nieto como todos los días, pero supo que por primera vez no iba a poder cumplir su sueño. No porque no hubiera hecho esfuerzos, claro está. El hombre seguía trabajando a pesar de pisar la edad de jubilarse. Era chofer para un banco brasileño, empleado en una oficina y aún así no llegaba a conseguir esos 13 reales (4 dólares) por día para que el más pequeño de la familia cumpliera el mandato que sus piernas le legaban.
la inspiradora historia de marcelo vieira
Para el pequeño Marcelo, Don Pedro era el sostén y el que cuidaba sus espaldas. Cuando su madre, que ejercía como profesora en una escuela pública de Río de Janeiro, se enojaba porque el más chico elegía al balón por sobre los libros, era el abuelo quien decía una y otra vez que el zurdito tenía un futuro en el fútbol, que lo dejaran seguir a su ilusión.
Por eso, aquella mañana en el barrio de Catete, al pie de la favela Tavares Bastos, Don Pedro se estrujó el corazón y le confesó a su nieto Marcelo que no tenía los 13 reales que costaba el transporte hacia el entrenamiento, en una semana en la que definían qué tres jugadores seguían su camino en el club y cuáles se iban. El hombre, que ponía cada moneda que ganaba al servicio de que el chico cumpliera su sueño, había llegado a su encuentro con tan sólo 2 reales.
"Dame una moneda de un real y yo te voy a traer los 13 que necesitamos", le dijo un Marcelo encendido, casi como si esa situación hubiera prendido un mecanismo oculto en su interior, que en vez de deprimirlo le dio más energías. "Dale, dame la moneda", le volvió a insistir, mientras Don Pedro, con más resignación que argumentos, se la entregó. "Al menos la usará para comprarse una gaseosa", pensó cuando lo vio correr por la callejuela.
Marcelo picó como un rayo hasta un bar en el que solían retarlo por entrar pateando la pelota por el piso del local. Miró la moneda por última vez, como si en ella existieran propiedades mágicas o como si, simplemente, en ella depositara todo lo que tenía de esperanzas. Luego, encaró una máquina grande, en la que apenas llegaba a la pantalla. Había visto muchas veces como hombres tiraban dinero tras dinero y se iban amargados y sin nada a casa, pero ahora no había otra alternativa. Era eso o admitir la derrota completa.
Cuando el metal ingresó en la ranura se sintió un ruido y se encendieron las luces. El juego era simple, había que elegir un país en una rueda en la que, al azar, la luz se posaba sobre alguna de ellas. Marcelo pensó rápido como cuando jugaba y se dijo que Brasil era muy obvio, que nunca iba a tocar. Luego miró con ganas a España, pero la descartó. Había que decidir rápido y se acababan los argumentos. Tocó casi sin pensar, tal vez amparado en la lógica de lo infrecuente. Empujó la tecla que apuntaba al pedazo de pantalla rojo, blanco y azul. Croacia. Nunca supo la razón, pero Croacia: "¡Croacia!".
El premio
"Si no hubiese sido por mi abuelo, no hubiese jugado al fútbol. Él me hizo ser todo lo que soy. Él creyó en mí antes de que nadie creyera. Cuando quise dejar todo, a los 15 años, me llevó a seguir. Es mi ídolo. Le debo todo", dice Marcelo Vieira, el mejor lateral izquierdo del planeta, el sucesor de Roberto Carlos, el que ganó todo, el mismo que se paró frente a la máquina de apuestas y puso su moneda.
Aquella mañana en la que su abuelo no pudo juntar el dinero, Marcelo ganó 25 reales gracias a la bandera de Croacia, que insólitamente, fue la que le dio el premio mayor, que le permitió contar con lo necesario para ir a la práctica que definía su futuro. El chico fue elegido para el equipo y a la vuelta, con los reales que sobraban, pagó una hamburguesa y un jugo para él y para su abuelo. Fue su primera hazaña.
"Empecé en el fútbol sala en el Helénico, un equipo que disputaba campeonatos de segundo nivel. Era una especie de libero con funciones que no tienen nada que ver con las de un lateral. Me vio el Fluminense y me quiso llevar. Pero a mí no me gustaba el fútbol 11. Mi abuelo Pedro, que fue jugador, me decía: 'Ve, que te va a gustar'. Yo me negaba. Sólo quería jugar al fútbol sala. Pero, al final, jugué un campeonato a la fuerza. Me pusieron de extremo y de lateral. Y ahí me quedé", contaría años después.
El día más duro de la vida de Marcelo ocurrió durante el Mundial de Brasil 2014, justamente en su tierra, cerca de los suyos. No se trata del 7 a 1 ante Alemania, que sólo le agregó tristeza. En las horas previas al partido, a sus 78 años, Pedro Vieira da Silva Filho no resistió más y murió en un hospital al sur de Río de Janeiro. Su salud ya estaba muy deterioriada debido a que sufría un cáncer a la médula ósea.
La deuda del lateral del Real Madrid para con Don Pedro se saldó dos veces. La primera se observa en su brazo, donde lleva tatuado su nombre, que se besa luego de cada victoria. La segunda ocurrió después de su debut en la primera del Fluminense. Cuando cobró su primer sueldo, de unos 100 reales (30 dólares), Marcelo fue a tocar la puerta de la casa de su abuelo para darle el dinero. "Esto es a cuenta de todo lo que me diste. Voy a hacer una carrera en la que nunca te falte nada", le dijo. El tiempo y el Real Madrid dicen que cumplió con su promesa. Él, mientras tanto, cada vez que viaja a Brasil vuelve a comer al bar en el que se chocó con la suerte. Y lo recuerda al viejo Pedro, el que hizo todo posible.